sábado, 26 de noviembre de 2011

DOMINGO I de Adviento

“El Señor viene”

La espera vigilante de la Iglesia, actitud que aparece constantemente en este domingo, hace que desde el comienzo del Adviento los creyentes dirijan sus mirada a Dios: “A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado”.

En la oración colecta de la misa se pide al Padre que “avive en los fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo acompañados por las buenas obras”.

La Iglesia, acompañada por el Espíritu Santo, ha entablado un diálogo con su Esposo: “¡Ven, Señor Jesús!”. –“Sí, voy en seguida” (Ap 22,17-20).

Los evangelios de este domingo han sido sacados de la parte final del discurso escatológico de Jesús e insisten sobre la vigilancia que exige el retorno inesperado del Hijo del hombre. Son llamadas a la esperanza que se unen también a la vigorosa exhortación de San Pablo a la vida moral y a la práctica de las obras de la luz. Conducta moral que se basa en la espera escatológica, del mismo modo que la fidelidad y la perseverancia se apoyan en la perspectiva de la manifestación del Señor, para que, cuando venga con todos sus santos, podamos presentarnos ante él sin dolor y sin reproche.

Para que todo esto se haga realidad, el cristiano tiene los sacramentos, especialmente la eucaristía, prenda de salvación eterna. Por eso, la celebración de la misa se cierra este domingo con la súplica de que “fructifique en nosotros… para descubrir el valor de los bienes eternos y poner en ellos nuestro corazón”.

EL ADVIENTO. Estructura y Domingos

Estructura actual del Adviento

Forma una unidad con la Navidad y la Epifanía, del mismo modo que la Cuaresma desemboca en el Triduo Pascual y de él arranca la cincuentena festiva de Cristo resucitado, el Adviento culmina en la solemnidad del Nacimiento del Señor, la cual abre, a su vez, el tiempo de Navidad-Epifanía. En los dos casos es una fiesta la que hace de eje tanto del periodo que la antecede como del que la sigue: Pascua de Resurrección y Pascua de Navidad, como popularmente se designa a la segunda gran celebración anual del año cristiano.
Adviento, Navidad y Epifanía están unidos en torno al misterio de la manifestación del Señor en nuestra condición humana. Por eso, aunque el Adviento de alguna manera parece alejarse de la conmemoración de la primera venida de Jesús, el advenimiento histórico, sin embargo, está todo él iluminado por la luz que irradia el Verbo hecho carne. Incluso la expectación de la última venida de Cristo se apoya en la esperanza que brota de la certeza de la primera; de ahí que el recuerdo de la preparación que precedió a la llegada del Mesías en el Antiguo Testamento sea imagen de nuestro Adviento cristiano.
Esta realidad es la que ha configurado la actual estructura de este tiempo litúrgico. La reforma realizada después del Concilio Vaticano II ha querido precisar bien el doble sentido del Adviento en cuanto a la espera de la última venida de Cristo y la preparación de la Navidad:
“El tiempo del Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es, a la vez, el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones, el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre” (NUALC 39 = normas universales sobre al año litúrgico y el calendario).
Según la tradición de la liturgia romana, esta alegre expectación se desarrolla a lo largo de cuatro semanas, cuyo soporte, como en todos los tiempos litúrgicos, son los domingos. El Adviento da comienzo en las primeras vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o en el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras vísperas de Navidad, es decir, hacia la mitad del día 24 de diciembre. La misa y el Oficio divino de todos estos días están impregnados del espíritu que se desprende de los dos grandes motivos que se celebran. Sin embargo, se advierte una acentuación mayor del aspecto de la espera escatológica en las dos primeras semanas y una más fuerte atención a la próxima Navidad en las dos restantes, especialmente a partir del día 17 de diciembre.
Puede hablarse, por tanto, de dos momentos en la celebración del Adviento. En la primera parte se especial relieve a los aspectos escatológicos del encuentro con el Señor, y en la segunda se leen los hechos que precedieron inmediatamente al nacimiento del Salvador.
Las ferias desde el 17 al 24 de diciembre, incluyendo el domingo IV de Adviento, que cae siempre en uno de estos días, son conocidas como las de la “O”, porque durante ellas las antífonas del Magníficat empiezan con la exclamación Oh: ¡Oh Sabiduría! ¡Oh Adonai! ¡Oh renuevo del tronco de Jesé!, etc. Es también la semana de las anunciaciones de Juan el Bautista y de Jesús, a causa de la lectura evangélica, que las recoge en citados días.

Los Domingos de Adviento

El Adviento es el tiempo de los vaticinios mesiánicos y de la esperanza de la Iglesia. Por eso, si en todo tiempo litúrgico las lecturas de la Sagrada Escritura nutren abundantemente la celebración de la misa y del Oficio divino, en el Adviento adquiere un particular relieve el Leccionario bíblico, el cual se centra en las profecías y anuncios del nacimiento de Jesús, de los tiempos mesiánicos y del retorno del Señor al final de la historia. El Leccionario de Adviento presenta a Cristo como el que ha prometido volver entre los suyos, para que éstos se mantengan en tensión de espera y en vigilancia. Pero al mismo tiempo nos dice que ese Cristo es el que cumplió las promesas de los antiguos profetas hechas a los padres, depositadas después en el anuncio a unos personajes especialmente vinculados al nacimiento del Salvador: Zacarías e Isabel, José, Juan el Bautista y María.
Existen unas coincidencias y unas líneas de fondo comunes a todos los domingos de Adviento, líneas que son determinantes de la unidad temática y espiritual propia de cada uno.
Cada misa tiene una primera lectura profética, tomada preferentemente del profeta Isaías, una segunda, apostólica, de las cartas de San Pablo en la mayor parte de los casos, y un evangelio que, siguiendo la regla de utilizar un sinóptico para cada uno de los años del ciclo, está tomado de Mateo en el ciclo A, de Marcos (complementado con Juan y Lucas) en el ciclo B, y de Lucas en el ciclo C. Naturalmente es la lectura evangélica la que polariza el contenido de cada uno de los domingos.
Por eso, cada domingo tiene un tema específico propio en cada uno de los tres años del ciclo de lecturas:
·         La vigilancia en la espera del Señor (dom. I)
·         La urgencia de la conversión en los avisos de Juan el Bautista (dom. II)
·         El testimonio del Precursor (dom. III)
·         El anuncio del nacimiento de Jesús (dom. IV)
Por otra parte, la liturgia conjuga las dos grandes líneas del Adviento, la que se refiere a la espera escatológica y la que nos prepara para la celebración de la Navidad, aun cuando pone el acento en una durante la primera parte del Adviento y en otra durante la segunda. Un ejemplo de esta manera de proceder lo tenemos en el prefacio I de Adviento, cuya parte central dice:
“… por Cristo nuestro Señor.
Quien, al venir por vez primera
en la humildad de nuestra carne,
realizó el plan de redención trazado desde antiguo
y nos abrió el camino de la salvación;
para que, cuando venga de nuevo
en la majestad de su gloria,
revelando así la plenitud de su obra,
podamos recibir los bienes prometidos,
que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”. 

EL ADVIENTO. Introducción y orígenes




Vamos a compartir con vosotros este nuevo tiempo que nos propone la Iglesia para vivir el Misterio: el Adviento, y para ello nos hemos ayudado del libro "El año litúrgico" de Julián López Martín, que además, os recomendamos. Trataremos de ir profundizando durante estas semanas. Esperamos que os sea de ayuda en vuestras Comunidades ...




EL ADVIENTO
“Anunciamos la venida de Cristo; pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior” (S. Cirilo de Jerusalén).

Durante el curso de un año, la Iglesia nos hace entrar en contacto con cada uno de los misterios de la vida de Cristo para actualizar en nosotros la obra de la salvación. El año litúrgico recorre los distintos momentos de la existencia terrena del Hijo de Dios desde la encarnación hasta la subida a los cielos y la expectación de la última venida, según las propias palabras del Señor: “Salí del Padre y vine al mundo, de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28).
Este círculo o ciclo recorrido por Cristo en aquel tiempo (Gál 4,4; Ef 1,10) para llevar a cabo la redención del hombre es objeto de sagrado recuerdo y celebración por la comunidad cristiana en los distintos tiempos litúrgicos del año del Señor. Y del mismo modo que Cristo descendió de los cielos hasta las profundidades de la muerte en la cruz para desde ella ascender, resucitado y glorioso, junto al Padre, así también la Iglesia reproduce en nosotros, por medio de los sacramentos, ese descenso a la muerte para resucitar con Cristo a la nueva vida (Rm 6,3-4; Col 3,1-4), que alcanzará toda su perfección en la gloria eterna.
El ciclo del Señor, llamado también Propio del tiempo, comienza el domingo I de Adviento y termina con la semana que sigue a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Domingo tras domingo, semana tras semana, día tras día y hora a hora, Cristo actualiza su obra salvadora en el tiempo, entregándose a su Esposa la Iglesia para santificarla y presentarla ante sí sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (Ef 5,26-27).

Orígenes del Adviento

El Adviento que hoy nos ofrece el Misal (=Leccionario y Oracional de la misa) y la Liturgia de las Horas es el punto de llegada, después de una reforma litúrgica que ha respetado substancialmente la estructura de este tiempo en la liturgia romana, de un período muy poco definido en los orígenes en cuanto a su finalidad y sentido espiritual. Es un tiempo litúrgico propio de las liturgias occidentales, pero con notables diferencias entre ellas en cuanto a la duración y a los contenidos.
Quizás nace a finales del s. IV entre España y la Galia, en las cuales había un tiempo preparatorio de la Navidad de carácter ascético que comprendía seis semanas. En Roma se desconoce la preparación de la Navidad antes del s. VII, que es cuando puede hablarse de este tiempo litúrgico. As Témporas del mes de diciembre han tenido un significado independiente de la preparación navideña. Los formularios de misas de los antiguos sacramentarios no estaban destinados a preparar la Navidad, sino a recordar la última venida de Cristo al fin de los tiempos, un tema muy oportuno para el final del año. Por otra parte, adviento (del latín adventus) significa venida, llegada, pero con los matices de presencia (en griego: parousía = parusía) y manifestación o epifanía (Mt 24,27)
Por tanto, el Adviento, antes de ser un periodo de preparación para la Navidad, ha conmemorado la parusía. Pero ¿de qué manera y en qué momento estos domingos de la expectación de la última venida de Cristo se convierten en un tiempo de preparación de la Navidad? No se sabe, pero es posible que la cercanía de la solemnidad del nacimiento del Señor terminase por impregnar de su contenido a las semanas previas, del mismo modo que la fiesta de Pascua lo hizo con la Cuaresma. Por otra parte, es muy posible también que la celebración de la esperanza en la última venida del Señor se configurase de acuerdo con la espera histórica del Mesías en el Antiguo Testamento. El hecho es que el Adviento de la liturgia romana quedó marcado por las dos significaciones: el recuerdo de la última venida y la preparación para la Navidad.

sábado, 19 de noviembre de 2011

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO


Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que:
  • reina en las inteligencias de los hombres porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad; 
  • reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;
  • reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Sin embargo, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

Que Cristo es Rey lo confirman las Sagradas Escrituras.

En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra.
Además, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: "Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra".
O también aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

En el Nuevo Testamento, se halla presente desde el momento de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin.
El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Seguimos haciendo amigos


Os presentamos un blog que añadimos a nuestros enlaces:


Jóvenes Universitarios de la diócesis de Orihuela-Alicante.

sábado, 5 de noviembre de 2011

CURSILLOS DE CRISTIANDAD Y PROYECTO RAQUEL


Dos acontecimientos importantes sucederán en los próximos días en nuestra Diócesis, ambos están relacionados con la vocación cristiana.

El primero son los cursillos de Cristiandad, que hace unos años se recuperaron: los que los han vivido, cuentan verdaderas maravillas de su “reencuentro” con Dios. Están dirigidos a jóvenes y mayores, especialmente a aquellos que han perdido la viveza de la fe y sienten que sus vidas están vacías. Para llenarse del Señor, nada mejor que estos cursillos. Seguramente tú también pienses que últimamente tu fe no es como antes, que vivir en esta sociedad secularizada que intenta apartar a Dios y a su Iglesia a patadas del panorama, ha afectado a tu ser cristiano. No lo dudes, te aseguramos que, si participas en estos cursillos, estarás agradecido para siempre. También son válidos para todos los que participan activamente en la vida cristiana y parroquial, pero quieren tener unos días de paz con el Señor. ¡No os lo penséis¡, merece la pena. Seguro que Cristo tiene guardada una Palabra para ti. Serán del 10 al 13 de Noviembre en la Casa Diocesana de Ejerciciós.

Infórmate en el Obispado de Albacete en el 967-214-478.

Por otra parte nuestra Iglesia de Albacete, se acerca a todas aquellas personas que han abortado y viven este drama en soledad. Por eso el sábado día 12 a las 10 de la mañana , en la Parroquia de la Resurrección, tendrá lugar una charla coloquio del “Proyecto Raquel”.

El “Proyecto Raquel” es una organización diocesana compuesta por una red de sacerdotes, psicólogos y psiquiatras y consejeros especialmente formados para ofrecer una atención individualizada a las mujeres después de un aborto
Basado en el Sacramento de la Reconciliación, el Proyecto Raquel fue planeado como un esfuerzo integral que combina lo espiritual y lo psicológico.

Aquí os dejamos su web para más información:

http://www.proyecto-raquel.com/

No dejéis de asistir, pues siempre hemos de estar preparados para dar respuestas.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Clarisas de Villarrobledo


Os dejamos un nuevo enlace:

http://clarisas-villarrobledo.blogspot.com


Han creado este nuevo espacio para dar a conocer a Santa Clara y acercarnos al Señor, porque "El Hijo de Dios se ha hecho para nosotros camino" como nos recuerda la Santa.

Además nos lanzan un reto: "Y tú ¿a quién sigues? ¿Hacia dónde te diriges?"


Celebramos el VIII centenario de Santa Clara y nuestras hermanas se han puesto a trabajar y han organizado un ciclo de conferencias:

Dia 5 de octubre a las 18:00
"Clara y el SI que da sentido a la vida"

Esperamos que podáis asistir y disfrutéis del blog....

miércoles, 2 de noviembre de 2011

TODOS LOS FIELES DIFUNTOS


Ayer recordábamos la fiesta de todos los Santos, los que ya gozan del Señor. Hoy recordamos a los que se purifican en el Purgatorio, antes de su entrada en la gloria. El Purgatorio es la mansión temporal de los que murieron en gracia hasta purificarse totalmente. "es el noviciado de la visión de Dios", dice el P. Fáber.

Es el lugar donde se pulen las piedras de la Jerusalén celestial. Es el lazareto en que el pasajero contaminado se detiene ante el puerto, para poder curarse y entrar en la patria.

Pero en el Purgatorio hay alegría. Y hay alegría, porque hay esperanza; en él sólo están los salvados. Santa Francisca Romana tuvo un día una visión de este lugar y dijo: "esta es la mansión de la esperanza".

Es una esperanza con dolor: el fuego purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. La ausencia del amado es un cruel martirio, pues el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la posesión. Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra. -"que muero porque no muero", clamaba Sta. Teresa de Jesús-, mucho mayor será el hambre y sed y fiebre de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales.

Las almas del Purgatorio ya no pueden merecer. Pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar sus penas, de acelerar su entrada en el Paraíso. Así se realiza por el Dogma consolador de la Comunión de los Santos, por la relación e interdependencia de todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, en el cielo o en el Purgatorio. Con nuestras buenas obras y oraciones -nuestros pequeños méritos- podemos aplicar a los DIFUNTOS los méritos infinitos de Cristo.

Ya en el Antiguo Testamento -en el segundo libro de los Macabeos- vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues, dice el autor sagrado, "es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado".

Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer más. "un cristiano -dice San Ambrosio- tiene mejores presentes. cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones".

De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el transito de la vida terrena a la vida eterna.


Oremos hoy especialmente por todos ellos. Demos gracias a Dios por sus vidas, por lo que nos enseñaron...