Acudir a Santa María es buena cosa para ir asegurando los pasos de la vocación porque nos indica el camino seguro: muy unidos a Jesucristo, poniendo todas las fuerzas de nuestra vida al servicio del Amor.
Aquí os la dejo:
En este valle de lágrimas tú, María, serás mi consuelo y
ayuda.
Búscame si te perdiere, llámame si te abandono, cógeme si a
caer yo fuera cegado por mis pasiones, al estado deplorable del pecado.
En mis dudas dame luz; consuélame en mis tristezas, guíame
como buen piloto al puerto de mis deberes y defiéndeme allí contra mis tres
declarados enemigos.
Que sea casto en palabras y acciones y mi pensamiento jamás
en liviandad se manche. Corrige mi entendimiento y voluntad si en cosas
ilícitas y vanas se entretienen.
Mi todo seas tú,
Madre querida, que siendo yo todo de ti, obligación tendrás de socorrerme, no
ya siendo yo, sino tú quien en mi dirigirá.
Cuando caído estuviere por el enemigo mortal, y derrotado,
no me dejes ni de mí te alejes. Si por mis culpas, de tu protección y amparo me
hago indigno, mira que te he elegido por madre mía y defensora.
Cuanto haga y pueda hacer te lo ofrezco, amada mía, aunque
intención no tenga de ofrecerlo. Y hasta el fin de mi vida, hermosa madre, esta
oferta quisiera que sirviese.
Jamás, jamás me abandones; y cuando la obscura sombra de la muerte venga, déjala quitar si así ordenado estuviere, la vida del miserable cuerpo; más la vida verdadera dámela tú, si me faltare, y después, lleva tú misma en tus brazos mi alma, para que goce de tu Hijo Jesús y juntamente de ti, que eres mi madre.