¡Ven, Espíritu Creador, con tu multiforme gracia
ilumina, vivifica y santifica a tu Iglesia!
Unida en alabanza te da gracias
por el don de la Vida Consagrada, otorgado y confirmado
en la novedad de los carismas a lo largo de los siglos.
Guiados por tu luz y arraigados en el bautismo,
hombres y mujeres, atentos a tus signos en la historia,
han enriquecido la Iglesia,
viviendo el Evangelio mediante el seguimiento de Cristo
casto y pobre, obediente, orante y misionero.
¡Ven Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del Hijo!
Te pedimos que renueves
la fidelidad de los consagrados.
Vivan la primacía de Dios en las vicisitudes humanas,
la comunión y el servicio entre las gentes,
la santidad en el espíritu de las bienaventuranzas.
¡Ven, Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación de tu pueblo!
Infunde en ellos la bienaventuranza de los pobres
para que caminen por la vía del Reino.
Dales un corazón capaz de consolar
para secar las lágrimas de los últimos.
Enséñales la fuerza de la mansedumbre
para que resplandezca en ellos el Señorío de Cristo.
Enciende en ellos la profecía evangélica
para abrir sendas de solidaridad
y saciar la sed de justicia.
Derrama en sus corazones tu misericordia
para que sean ministros de perdón y de ternura.
Revístelos de tu paz
para que puedan narrar, en las encrucijadas del mundo,
la bienaventuranza de los hijos de Dios.
Fortalece sus corazones en las adversidades
y en las tribulaciones,
se alegren en la esperanza del Reino futuro.
Asocia a la victoria del Cordero a los que por Cristo
y por el Evangelio están marcados con el sello del martirio.
Que la Iglesia, en estos hijos e hijas suyos,
pueda reconocer la pureza del Evangelio
y el gozo del anuncio que salva.
Que María, Virgen hecha Iglesia,
la primera discípula y misionera
nos acompañe en este camino.
Amén