El sacerdote, ciertamente hombre de la Palabra divina y de lo sagrado, debe ser hoy más que nunca hombre de alegría y de esperanza. A los hombres que ya no pueden concebir que Dios sea Amor puro él dirá siempre que la vida vale la pena vivirla, y que Cristo le da todo su sentido porque ama a los hombres, a todos los hombres. La religión del cura de Ars es una religión de la felicidad, no una búsqueda morbosa de la mortificación, como a veces se ha creído: "Nuestra felicidad es demasiado grande; no, no, nunca podremos comprenderlo" (Nodet, p. 110), decía, y también: "Cuando estamos en camino y divisamos un campanario, esta vista debe hacer latir nuestro corazón como la vista de la casa donde habita su amado hace latir el corazón de la esposa"
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