Hola, mi nombre es Ruben Valdez y
soy de nacionalidad mexicana. Llevo ahora un año y tres meses en la Diócesis de
Albacete de los cuales seis han
transcurrido en el seminario cursando el primer curso de estudios
eclesiásticos. Es la experiencia más hermosa que me ha sucedido, estoy muy
feliz de haber tomado la decisión de decirle si al Señor después de muchas
circunstancias.
Dios que siempre llama al hombre a ser
feliz está siempre presente en el camino de nuestra vida. Mi vocación tiene
algunos matices un poco exóticos. El Señor me llamo desde muy temprano pero yo
siempre puse obstáculos y estuve huyendo del sentimiento y del deseo que él
había despertado en mí, me costó mucho darle una respuesta, fueron muchos años
de lucha conmigo mismo y con el Señor.
Yo nací en el seno de una familia católica y
desde muy pequeño fui introducido en los sacramentos mi abuela y mi madre
fueron pilares indispensables en mi formación cristiana. Cuando cumplí los 14
años mis padres se separaron y a los dos años falleció mi abuela entonces
comencé a alejarme de la Iglesia, abandone los estudios en primero de
bachiller, comencé a trabajar en un bar, después de tres años sin pensar en las
consecuencias decidí cruzar la frontera a los Estados Unidos, fue una
experiencia que marco mi vida para siempre. Una vez que cruce la frontera había
que cruzar también el desierto de Arizona, después de estar cinco días sin
tener donde dormir y casi sin comer me consiguieron una persona para que me
cruzara nos juntamos un grupo de once personas y el guía. Lamentablemente esta
persona no tenía experiencia en el desierto y la travesía que era de dos días y
para la cual habíamos comprado unos atunes enlatados y un galón de agua se
convirtió en cuatro días, perdidos en medio de la nada sin alimentos y sin
agua, experimentamos el dolor y el abandono, la sed física y espiritual que
solo el desierto es capaz de dar. Afortunadamente apareció otro grupo de
personas que también cruzaban el desierto buscando un futuro distinto del que vivía
en su país de origen, nos prestaron ayuda y pudimos continuar. Ya en Estados
unidos la cosa no fue mejor, había que enfrentarse a la dificultad de encontrar
trabajo sin documentación en regla, a sufrir discriminación, amenazas de llamar
a migración y ser repatriado con las manos vacías. Pero también aquí pude
constatar la labor imprescindible de la Iglesia que siempre está al lado de los
necesitados, de los más desprotegidos, fui testigo del acompañamiento de los
sacerdotes y de los seminaristas con los trabajadores prestando sus servicios
aun a costa de ser repudiados y amenazados, de ser agredidos, insultados a
pesar de todo eso ellos estaban a lado de la gente y esto despertó aún más en
mí el deseo de ser como ellos.
Alguien que también influyo en mi
vocación es mi hermana Sor. Pueblito, ella me ha apoyado siempre, me acompaño
cuando no me desidia a responder a la llamada que el Señor me venía haciendo
desde tiempo atrás. Dialogando con ella me decidí a decir si a Jesús, pero aún
faltaban las últimas pruebas que Dios me había guardado en su providencia, la
primera era que por mi edad ya no fácil que me aceptaran en un seminario de
México, pues allí solo es hasta los 29 años para ser admitido a los estudios
eclesiásticos. Mi hermana me propuso entonces hablar con el Obispo de Albacete
y ver que nos podía decir yo acepte y unas semanas después recibí la llamada de
Don Pedro Ortuño, el rector del seminario para decirme que si me aceptaban en
la Diócesis, ahora había que empezar cuanto antes con los tramites de la visa.
Esta fue la segunda y última prueba que el Señor me había reservado pues fui
rechazado en por lo menos cuatro ocasiones en la embajada de España, fui
insultado por las persona que me destinaron para realizarme el trámite. A pesar
de haber reunido todos los requisitos y documentos que me pedían, me dijeron
que en España ya tenían suficientes problemas con los curas y religiosos que
tenían aquí como para que tuvieran que admitir a más y además extranjeros.
Después de todas estas pruebas en
las cuales nunca deje de recibir el apoyo de mi hermana, de mi madre y del
rector del seminario finalmente conseguí la visa. Ya aquí en España las cosas
se han dado de manera distinta siempre he estado apoyado por el seminario y por
Don Ciriaco el Obispo de la Diócesis, quienes me han recibido de manera excelente
por lo cual les estoy muy agradecido.
Como podéis ver mi historia es un poco rara pero el Señor sabe lo que
hace y a cada uno nos llama de distinta manera y en distinto tiempo y en esta
llamada no importa lo que hayamos hecho ni donde hayamos buscado la felicidad
para la cual estamos todos llamados lo importante es detenernos en nuestra vida
preguntarle que quiere de nosotros y una
vez que lo sepamos con la ayuda de las personas y circunstancias que él mismo
pone en nuestro camino seguirle sin temor, pues como nos lo han dicho los
últimos tres papas: él, Dios no quita nada y si lo da todo.
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