La experiencia del Seminario fue riquísima para mí… Me llevé una inmensa y gratísima sorpresa. De hecho, todavía hoy sigo diciendo a quien tenga la paciencia de escucharme, que aquéllos fueron los “años de oro” de mi vida. La relación entre los seminaristas era verdaderamente enriquecedora y estimulante. Al mismo tiempo, tuve grandes modelos sacerdotales cerca de mí, y todo ello fue haciendo que, de un modo natural, fuera familiarizándome con lo que en el futuro, habría de ser el ministerio sacerdotal que la Iglesia me iba a confiar… A partir de los modelos que te han rodeado, imaginas tu sacerdocio de una determinada forma, pero luego… ¡¡todo es distinto!! Nos empeñamos en ser como Fulanito o Menganito, pero el Señor quiere que sólo le miremos a Él, y que así vayamos descubriendo ese camino concreto que Él quiere que recorramos a lo largo de nuestra vida. Los referentes que nos rodean son muy importantes, pero lo único definitivo es la voluntad de Dios, que nos es mostrada poco a poco, a su debido momento…
Señor me pudiese tener reservado el trabajo pastoral con los jóvenes heroinómanos. Y, sin embargo, en la que fue mi parroquia de Zumárraga, durante muchos años, aquélla fue una de las ocupaciones a la que más tiempo tuve que dedicar… Jamás había supuesto que yo tuviese capacidad de liderar la construcción de un complejo parroquial, pero llegó un día en que me sorprendí a mí mismo, viéndome metido “hasta el cuello” en esa tarea… Jamás hubiese pensado que yo tuviera algo que aportar en los medios de comunicación, y ¡quién me iba a decir a mí que terminaría con el micrófono de Radio María en una mano y tecleando en el ordenador con la otra...! Y, ¿qué diré del momento presente? ¡Jamás se me hubiera pasado por la cabeza que la Iglesia pudiera llamarme algún día al ministerio episcopal!... Siempre supuse equivocadamente que los obispos estarían sostenidos por unos talentos personales excepcionales… Y ahora comprendo que las cosas son mucho más sencillas de como las imaginamos…
Pero hay otro aspecto que es fundamental para entender esta historia en clave de continuidad y de unidad interior. Es verdad que los escenarios pastorales del ministerio sacerdotal pueden cambiar mucho a lo largo de la vida; sin embargo, hay un hilo conductor que me ha permitido vivir en cada momento la misma experiencia de identificación con Cristo, de una manera profunda. Me refiero especialmente a la celebración de la Eucaristía, a la administración del perdón de los pecados, a la predicación de la Palabra… Es algo que configura tanto el alma de un sacerdote, que estoy seguro de que me resultaría igualmente familiar la vivencia del sacerdocio en otras circunstancias totalmente distintas a las que la vida me ha conducido… En este Año Jubilar Sacerdotal quiero dar testimonio de que el sentido de nuestra vida no es otro que la plena identificación con Cristo Sacerdote, Esposo de la Iglesia y Buen Pastor del rebaño. Todo lo demás –las circunstancias, el cómo, el dónde y el cuándo- es ya secundario…
Por encima de todo, creo que la clave de toda vocación está en esa especie de “cheque en blanco” que cada uno le tenemos que firmar a Dios. Nosotros nos empeñamos a veces, en rellenar ese cheque con todo tipo de detalles, para posteriormente pedir a Dios que lo firme. Ponemos la cantidad, la fecha, el lugar… y luego esperamos que Dios ponga su sello de aceptación de nuestros planes. Pero las cosas son exactamente al revés: Dios se encargará de escribir la cantidad, las fechas y los lugares; mientras que de nosotros espera que lo firmemos por adelantado, e incondicionalmente…
La historia de nuestra vida consiste en una lucha por la adecuación de nuestras “expectativas” a los “designios” de Dios. Uno de los errores principales que dificultan este proceso, suele ser el de la desconfianza hacia nuestra Madre Iglesia. Con el paso de los años, he ido comprendiendo que si bien es cierto que la vocación nace de Dios, no lo es menos que sólo la podemos llegar a conocer a través de las llamadas y de las indicaciones de la Iglesia. De lo contrario, nunca acabaremos de diferenciar entre lo que es voluntad de Dios, y lo que son nuestras ocurrencias personales.
Releo las anteriores líneas antes de concluir este escrito testimonial, y me digo a mí mismo que no puedo volver a caer en el error de pensar que, en el momento presente, ya haya concluido la historia de mi vocación. Una vez más, el Señor vuelve a decirme aquello de “Otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”…
Y yo vuelvo a decirle al Señor que no sé lo que querrá en el futuro, pero que sólo quiero querer lo que Él quiera… Y a Santa María le pido que me alcance la gracia de que esta última frase que he pronunciado, sea algo más que un broche hermoso para un artículo.
X José Ignacio Munilla Aguirre
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