Siempre que me encuentro con tu mirada: limpia, confiada, esperando mi respuesta; casi sin reflexionar, me doy cuenta de que mis palabras van a ser importantes y decisivas para ti. Tus ojos me enfrentan a mi responsabilidad como madre, como cristiana
Me gustaría darte siempre respuestas que te hicieran feliz, poder ahorrarte sufrimientos, contarte que en el mundo las personas viven en paz, comparten el pan y sus derechos son respetados; no querría admitir que más cerca de lo que tu piensas hay odio, hambre e injusticias.
Muchas de estas preguntas que me haces porque soy tu madre y tu confianza está puesta en mí, han surgido desde que te estás preparando para recibir la Primera Comunión. En la Eucaristía, Jesús se hace pan y vino, se hace compañero en nuestra vida, en nuestras miserias y alegrías. Nunca te sentirás solo, porque Él se ha quedado contigo y te da alimento y fuerza.
Cuando recibas la comunión, no olvides que lo haces en comunidad, que en ella Jesús te une con Él y con los que están recibiendo su cuerpo y su sangre contigo. Tú también te haces pan y vino, alimento para los demás, compartes con ellos lo que tienes, te harás familia con la familia de Jesús.
Por eso, al mirar tus ojos que esperan, cojo tus manos pequeñas en las mías. En tus manos están las respuestas a tus preguntas; este mundo no es perfecto, pero hoy has sido llamado para construirlo, para cambiarlo, para hacerlo justo y bueno:
Usa tus manos, comparte lo mucho o poco que tienes.
Usa tu risa para alegrar a los que están tristes.
Usa tus pies para acompañar a los que están solos.
Usa tu boca para acercar a Jesús a los que viven sin esperanza.
Ahora que vas a comulgar, siempre que me encuentre con tu mirada te responderé con la respuesta de Jesús.
-¡¡¡Ve y anuncia el Evangelio!!!-
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