La espera vigilante de la
Iglesia, actitud que aparece constantemente en este domingo, hace que desde el
comienzo del Adviento los creyentes dirijan sus mirada a Dios: “A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en
ti confío; no quede yo defraudado”.
En la oración colecta de la misa
se pide al Padre que “avive en los fieles el deseo de salir al encuentro de
Cristo acompañados por las buenas obras”.
La Iglesia, acompañada por el
Espíritu Santo, ha entablado un diálogo con su Esposo: “¡Ven, Señor Jesús!”. –“Sí, voy en seguida” (Ap 22,17-20).
Los evangelios de este domingo
han sido sacados de la parte final del discurso escatológico de Jesús e
insisten sobre la vigilancia que exige el retorno inesperado del Hijo del
hombre. Son llamadas a la esperanza que se unen también a la vigorosa
exhortación de San Pablo a la vida moral y a la práctica de las obras de la
luz. Conducta moral que se basa en la espera escatológica, del mismo modo que
la fidelidad y la perseverancia se apoyan en la perspectiva de la manifestación
del Señor, para que, cuando venga con todos sus santos, podamos presentarnos
ante él sin dolor y sin reproche.
Para que todo esto se haga
realidad, el cristiano tiene los sacramentos, especialmente la eucaristía,
prenda de salvación eterna. Por eso, la celebración de la misa se cierra este
domingo con la súplica de que “fructifique
en nosotros… para descubrir el valor de los bienes eternos y poner en ellos
nuestro corazón”.
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