Estas son las palabras, que en cierta ocasión, Jesús dirigió a una mujer de Samaria; y son palabras que se hacen presente hoy, a nosotros. En estos tiempos de “sequia vocacional”, es Jesús quien nos pide a nosotros que le demos de beber, es el primero que toma la iniciativa. Y es que siempre tenemos la tentación del desánimo, de vivir para lo nuestro, de apoyarnos únicamente en los momentos donde encontramos cierta respuesta, en el fruto que todos buscamos obtener en muchos momentos.
Esta mujer del evangelio no buscaba a Jesús, pero este encuentro con el Señor, esta revelación que le conduce a la fe, transforma de tal manera su vida, que la mujer pecadora se convierte en anunciadora. Este “despertar vocacional” lo provoca la sed de Jesús; y eso, que Él no lo tenía fácil. Entre judíos y samaritanos existía una antigua y profunda enemistad que había desembocado en un cisma religioso: los samaritanos construyen un templo en el monte Garizim, estableciendo un culto alternativo al de Jerusalén; y de los libros del Antiguo Testamento, sólo reconocían la Torah, los cinco libros escritos por Moisés. El solo nombre samaritano era para los judíos una injuria; tal era el desprecio mutuo que sentían. Sin embargo Jesús rompe fronteras, prejuicios, pues sabe que esa salvación que trae, tiene que llegar a TODOS..: "llegara la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad”. Éstos, quizás, no habían entendido que no podía ir cada uno por su lado, que este reino se construye con la aportación de todos, por iniciativa de Jesús, que nos pide primero de beber. Esta puede ser una de las claves del “éxito vocacional”, que no tiene nada que ver con los números: sentir el trabajo del otro, como propio.
Es un consuelo pensar que Jesús se sienta fatigado al borde del pozo, la tarea era mucha, los obreros pocos: ¡Que camino más duro!, ¡cuántas dificultades internas y externas! Sin embargo, sin buscar números, aprovecha la ocasión para llegar a ella pidiéndole el agua primero. Nos pide antes de beber y nos preguntamos: ¿Cómo podemos nosotros responder a sus ansias y a sus deseos infinitos? Él se hace solidario de nuestra sed, que al fin y al cabo no es nuestra sed, sino suya. Esta razón nos lleva a no mirarnos egoístamente a nosotros mismos, quedándonos en el lamento, y a perseverar siempre, aunque aparentemente no haya respuesta. Esperar contra toda esperanza (en esto consiste la esperanza cristiana).
Tenemos que mirar siempre hacia delante, recordando siempre estas palabras de Jesús: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que dice: dame de beber, tu le pedirías a él, y él te daría a ti agua viva” (Jn 4,10). El don de Dios es Jesús mismo, que es “el agua viva”, es “vid”, es “camino y vida”. Conocer el don de Dios es conocer a Jesús, descubrir su presencia amorosa en el mundo, reconocerlo en el otro, en el fracaso, en la espera del que siembra con paciencia y sabe que como siervo inútil “se ha hecho lo que se tenía que hacer”. Encontrarnos con Jesús es nuestra tarea, porque nos hace abrir el horizonte y “ver siempre más allá”, de convertirnos verdaderamente a Dios , de cambiar de vida para cambiar otras vidas… Esta es la verdadera tarea de la Pastoral Vocacional.
Esta mujer del evangelio no buscaba a Jesús, pero este encuentro con el Señor, esta revelación que le conduce a la fe, transforma de tal manera su vida, que la mujer pecadora se convierte en anunciadora. Este “despertar vocacional” lo provoca la sed de Jesús; y eso, que Él no lo tenía fácil. Entre judíos y samaritanos existía una antigua y profunda enemistad que había desembocado en un cisma religioso: los samaritanos construyen un templo en el monte Garizim, estableciendo un culto alternativo al de Jerusalén; y de los libros del Antiguo Testamento, sólo reconocían la Torah, los cinco libros escritos por Moisés. El solo nombre samaritano era para los judíos una injuria; tal era el desprecio mutuo que sentían. Sin embargo Jesús rompe fronteras, prejuicios, pues sabe que esa salvación que trae, tiene que llegar a TODOS..: "llegara la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad”. Éstos, quizás, no habían entendido que no podía ir cada uno por su lado, que este reino se construye con la aportación de todos, por iniciativa de Jesús, que nos pide primero de beber. Esta puede ser una de las claves del “éxito vocacional”, que no tiene nada que ver con los números: sentir el trabajo del otro, como propio.
Es un consuelo pensar que Jesús se sienta fatigado al borde del pozo, la tarea era mucha, los obreros pocos: ¡Que camino más duro!, ¡cuántas dificultades internas y externas! Sin embargo, sin buscar números, aprovecha la ocasión para llegar a ella pidiéndole el agua primero. Nos pide antes de beber y nos preguntamos: ¿Cómo podemos nosotros responder a sus ansias y a sus deseos infinitos? Él se hace solidario de nuestra sed, que al fin y al cabo no es nuestra sed, sino suya. Esta razón nos lleva a no mirarnos egoístamente a nosotros mismos, quedándonos en el lamento, y a perseverar siempre, aunque aparentemente no haya respuesta. Esperar contra toda esperanza (en esto consiste la esperanza cristiana).
Tenemos que mirar siempre hacia delante, recordando siempre estas palabras de Jesús: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que dice: dame de beber, tu le pedirías a él, y él te daría a ti agua viva” (Jn 4,10). El don de Dios es Jesús mismo, que es “el agua viva”, es “vid”, es “camino y vida”. Conocer el don de Dios es conocer a Jesús, descubrir su presencia amorosa en el mundo, reconocerlo en el otro, en el fracaso, en la espera del que siembra con paciencia y sabe que como siervo inútil “se ha hecho lo que se tenía que hacer”. Encontrarnos con Jesús es nuestra tarea, porque nos hace abrir el horizonte y “ver siempre más allá”, de convertirnos verdaderamente a Dios , de cambiar de vida para cambiar otras vidas… Esta es la verdadera tarea de la Pastoral Vocacional.
Amando Hergueta. Secretario diocesano de Pastoral Vocacional.
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