Fui a la JMJ de Sydney 2008 sin fe y volví con una
invitación del Señor: “Véndelo todo y sígueme”. ¿Qué hacía una chica como yo en
la JMJ? Solo unos meses antes había conocido la Iglesia, el único lugar donde
se me dijo: “No te conformes, existe lo que buscas, ¿por qué no lo intentas?”
Aunque deseaba un amor limpio, verdadero y puro, trataba de
conformarme con un placer sucio, momentáneo y barato. Me empeñaba en alcanzar
la felicidad por un camino que solo me proporcionaba una diversión fugaz. Y la
libertad… ¿acaso se podía ser libre en una sociedad que me dictaba cómo
vestirme, dónde comprar, a qué lugares ir y qué debía consumir? ¿Quizás fuese
solo un sueño de niña? Sueños muy grandes para una realidad tan pequeña.
Siempre, al final, me veía frente al vacío, el sinsentido, la frustración. ¿Por
qué? ¿No tenía todo lo que podía desear: dinero, novio, la satisfacción de un
trabajo como el de enfermera que tanto me gustaba, una familia preciosa…? Sin embargo
me faltaban las ganas de vivir.
Algo cambió en aquel encuentro de la JMJ. Yo, una joven
española, en la otra punta del mundo encontré lo que hacía tiempo buscaba:
jóvenes cristianos que se divertían sanamente, miradas limpias de chicos, una
amistad que no pretendía poseerte, jóvenes que “pasaban” de las etiquetas con
las que algunos pretendían desacreditarlos, jóvenes convencidos de que solo
Cristo daba respuestas verdaderas a la vida. E inmediatamente se me presentó un
fantasma: ¿No será una experiencia pasajera, fugaz, sin duda más agradable y
bella que otras, pero que se desvanecerá cuando concluyan estos días de
encuentro?
No sé cómo ocurrió, pero fui a la capilla y creí. Me
arrodillé y pregunté: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Una hora después tenía la
respuesta en mi mano. Una misionera de la caridad me regaló un papel con una
frase que decía: “Sé solamente de Jesús a través de María”. Una pregunta me
asaltó: ¿Yo, en la vida religiosa? Mil dudas inundaron mi cabeza, pero en mi
corazón ya reposaba la certeza de que Él era a quien yo estaba buscando, solo
Él daba respuesta a mis interrogantes más hondos. Me dije: “Sí, Señor, te
entrego mi vida pero en las misiones”. Sin embargo, con Dios, como decía la
Madre Teresa, no hay ‘peros’ que valgan. Desde luego mis caminos no eran los
suyos: yo pensaba ser del Señor sin dejar la enfermería, pero Él me mostró que
mi misión era otra… aunque más tarde descubrí que su designio para mí resultó
ser lo que más deseaba.
Un día antes de salir de Australia, frente a nuestro hotel
un hombre se tiró desde lo alto de un edificio, y una reflexión espontánea se
apoderó de mi corazón: “A donde tú quieres llegar no llega la enfermería, sino
la oración”. Yo, que trabajaba en oncología infantil, había experimentado de
cerca que para encontrar el sentido de la enfermedad, del dolor, del
sufrimiento, de la muerte no existe ninguna medicación. Conocí mujeres que
sufrían angustiadas ante una gripe de sus hijos y también madres creyentes que
afrontaban en oración, con fortaleza y ánimo el cáncer de sus bebés… A mí misma
¿no me salvó la oración? Dije: “Señor, de verdad, haz con mi vida lo que
quieras”.
Tres meses después ingresé en el Instituto Iesu Communio,
recientemente aprobado por el Santo Padre. En esta última Jornada de la
Juventud, celebrada en Madrid, se me concedió el regalo de saludar como
religiosa al Santo Padre, y echarme a sus pies en representación de mi
comunidad, Iesu Communio, que quiere permanecer siempre postrada, fiel y obediente
a la Madre Iglesia. Una mirada, un saludo, un gesto del Santo Padre puede
cambiar la vida entera. Hoy puedo decir, como el joven rico, que a mí Cristo en
su Iglesia me ha mirado con amor.
Llena de alegría en este camino de seguimiento a Jesucristo,
quisiera concluir agradeciendo al Santo Padre su testimonio y enseñanza:
“Cristo no quita nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella
y grande”.
Gracias, Jesucristo; gracias, Madre Iglesia.
Testimonio de una Hna de Iesu Communio con motivo del
aniversario de la JMJ. Publicado por “La Razón” Agosto de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario