domingo, 29 de noviembre de 2009

COMIENZA EL ADVIENTO


El significado de la expresión ‘adviento’ comprende, por lo tanto, también el de ‘visitatio’, que quiere decir simple y propiamente ‘visita’. En este caso, se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos experimentamos, en la existencia cotidiana, tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba siendo absorbidos por el ‘quehacer’. ¿Acaso no es verdad que, a menudo, es precisamente la actividad la que nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es verdad que se dedica mucho tiempo a la diversión y a varios tipos de distracciones? A veces las cosas nos “atropellan”. El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia. Es una invitación a comprender que cada una de las vivencias del día son señales que Dios nos dirige, signos de la atención que tiene para con cada uno de nosotros ¡Cuán a menudo Dios nos hace percibir algo de su amor! Mantener, por decir así, un “diario interior” de este amor sería una tarea bella y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita e impulsa a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y acercarse a nosotros, en toda situación?

de la homilía en la I Vísperas del I de Adviento
Benedicto XVI

Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17).


Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).

 n. 524


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