martes, 24 de noviembre de 2009

¿DESDE CUÁNDO EXISTE EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO?



Hasta los tiempos de Cristo, el matrimonio, aunque de institución divina, era sólo un contrato civil entre un hombre y una mujer. Pero Jesús tomó este contrato civil entre un hombre y una mujer y lo hizo canal de su gracia, es decir, lo transformó en sacramento para los cristianos.

El motivo por el que Jesús elevó a sacramento la institución natural del matrimonio no es difícil de entender. Desde el comienzo de la humanidad, el matrimonio era algo muy especial. Era el instrumento divino para engendrar, criar y educar cada generación de seres humanos. Resultaba de tal importancia para el bien social y el bien universal que de algún modo era obligado, podríamos decir, que fuera enaltecido a la categoría de sacramento.

Jesús sabía también lo difícil que resulta para dos personas vivir juntas día tras día, año tras año, con los inevitables errores y defectos de su personalidad chocando entre sí. Lo difícil de ayudarse mutuamente a crecer en bondad y perfección a pesar de estas faltas; lo difícil de vencer el propio egoísmo para poner siempre antes y en todo al otro cónyuge. No, no es sendero sin obstáculos. Y para ‘reforzar’ la idea divina de que el matrimonio es un camino para llegar al Cielo, Él lo elevó al rango de lo sagrado.

Había además otra razón para esa necesidad adicional de gracia: Jesús dependería de los padres para el continuo crecimiento de su Cuerpo Místico que es la Iglesia, de esa unión en la gracia por la que todos los bautizados somos uno en Cristo. En lo sucesivo no sería suficiente que los padres católicos engendraran, criaran, educaran y ejercitaran a la prole para la vida natural: Jesús les confiaba esta tarea también para la vida sobrenatural; había de contar con ellos para llenar el Cielo.

Es muy razonable, pues, que Jesucristo elevara el matrimonio a la categoría de sacramento. En el instante en que los novios prometen ante el sacerdote la entrega mutua de sus personas y de sus vidas, ahí está Cristo, en medio de ellos, haciendo pasar por sus palabras y sus gestos la gracia sobrenatural que transfigurará su amor humano en amor divino. Estos cristianos casados tendrán la dicha de poderse amar no sólo con su amor humano, sino también con el amor en Cristo.

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